miércoles, 16 de marzo de 2016

Noche de los Cristales Rotos

Una mujer llamada Rechama Drober (ahora ciudadana del Estado de Israel) cuenta los recuerdos que tiene sobre la Noche de los Cristales Rotos que tuvo lugar del 9 al 10 de noviembre de 1938 en la entonces Königsberg, una ciudad alemana de la Prusia profunda que hoy es la rusa Kaliningrado: 

"Aquella noche vi arder la sinagoga desde la ventana de mi casa, cuando ya nos íbamos a la cama. Luego vinieron unos hombres, nos sacaron a la calle, registraron la casa, sacaron todas las cosas de los armarios y las tiraron por el suelo; se llevaron a mi padre. Mi madre, mi hermana, mi hermano y yo estuvimos tres semanas sin saber qué había sido de él. Luego nos enteramos de que estaba trabajando como esclavo en el campo a unos kilómetros de Königsberg. Después, a mí me llevaron a trabajar como esclava a una fábrica de jabón y a ellos también al campo. Cada poco veía transportes que se llevaban a vecinos y conocidos a los campos de concentración. Nunca los volví a ver". 

Tenía seis años, pero sus recuerdos parecen estar muy vivos: "Cuando me quedo sola en casa inevitablemente me vienen siempre esos recuerdos. Cuando es así, sé que después voy a tener pesadillas". Ya quedan pocos testigos directos de aquella noche que ha pasado a la historia como La Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht o La Noche del Pogromo).

Todo empezó en París, aunque en realidad, todo había empezado mucho antes en Alemania. Hitler y su banda querían eliminar a los judíos de la faz de la tierra.

En agosto de 1938 cancelaron todos los permisos de residencia para extranjeros obligando a todos a pasar por la ventanilla para renovarlos. Los judíos de origen extranjero (la mayoría polacos) estaban incluidos en la medida, aunque llevaran décadas viviendo en Alemania.

El 28 de octubre de 1938, por orden de Hitler, 17.000 judíos de origen polaco fueron sacados de sus casas, transportados hasta la frontera con Polonia. Polonia no quiso aceptarlos. Durante semanas estuvieron bajo la lluvia y el frío en tierra de nadie.

Entre ese grupo de deportados estaba la familia Grynszpan. Uno de sus hijos, Herschel, de 17 años, se salvó porque estaba en París con su tío. A primeros de noviembre, Herschel y su tío recibieron una postal de su hermana que les contaba la situación desesperada que estaba viviendo toda la familia en la frontera de Polonia y Alemania.

El 7 de noviembre, Herschel escribió una carta: "Queridos padres, no puedo hacer otra cosa. Que Dios me perdone. Mi corazón sangra cuando oigo hablar de la tragedia de 17.000 judíos. Debo protestar para que el mundo entero escuche; me veo obligado a hacer lo que voy a hacer. Perdónenme, Herschel". Herschel se las había apañado para comprar un revólver. Se dirigió a la embajada alemana, pidió ver a un alto funcionario y cuando tuvo delante al secretario de la embajada, Ernst von Rath, le disparó tres tiros en el abdomen. Von Rath no murió inmediatamente. En el hospital certificaron que era grave, pero que no corría peligro de muerte. Hay pruebas de que von Rath probablemente habría salido de aquella. Pero Hitler había encontrado el motivo que necesitaba. Por orden directa de Hitler, se dejó de suministrar a von Rath los cuidados médicos que necesitaba y el 9 de noviembre murió. Todos los judíos eran ya culpables de asesinato.

La noche de la venganza había comenzado. Los esbirros con los uniformes marrones de las SA, las tropas paramilitares se lanzaron a la caza del judío. 1574 sinagogas judías, casi todas las de Alemania, ardieron. 7.000 tiendas judías fueron saquedas. Miles de domicilios asaltados. 30.000 judíos fueron arrastrados hacia los campos de concentración. Aquella misma noche murieron 100, tiroteados o apaleados.



Muchos ciudadanos alemanes contemplaban el espectáculo desde primera fila, aplaudiendo entusiasmados, mientras se llevaban a los judíos en camiones y las sinagogas ardían ante la pasividad de los bomberos, que sólo cuidaban de que las llamas no afectaran a otras casas. Sólo en el caso de la nueva sinagoga de Berlín un bombero alemán apagó las llamas a tiempo y por eso tiene ahora una placa. La vieja sinagoga de Berlín, en la parte Oeste, se había salvado de las llamas por la noche, pero Goebbels en persona ordenó incendiarla por la mañana. 

Placa en la nueva sinagoga de Berlín

En la recién anexionada Austria, ocurría lo mismo. A los judíos se les obligó a fregar con pequeños cepillos las calles de la imperial Viena mientras los arios los rodeaban y se mofaban de ellos antes de enviarlos a Mautthausen.

Fue el comienzo de "la solución final", como Adolf Eichmann llamó, tres años después, al encargo de Himmler, Goering, Goebbels y Hitler de eliminar a los judíos de los territorios del III Reich.

El Holocausto no sólo afectó a los judíos: 12 millones de personas, la mitad judíos, pero también gitanos, homosexuales, discapacitados, izquierdistas, comunistas, prisioneros soviéticos, murieron en los campos de exterminio.


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